Así, en cada barrio los vecinos arman una gran pira con ramas, maderas, papeles y cuanto encuentran en sus casas, todas cosas de las que se querían deshacer como símbolo de renacimiento y renovación. En lo alto de la fogarata no suele faltar “el muñeco”, una figura humana hecha al modo de los espantapájaros, que es quemado como expiación colectiva, o para rendir homenaje a mártires inocentes –Giordano Bruno, Santa Juana de Arco–. Hasta suele atribuirse festivamente al muñeco la identidad de algún vecino del barrio, como signo de popularidad más que de agravio.